Angela quería llamarlo por teléfono…
Ese día, estaba en su casa revisando los capítulos de su vida...
La suya era una vivienda sin lujos, tal vez un poco desteñida por el paso del tiempo pero tenía la luz suficiente que necesitaba para vivir.
Un limonero y un durazno se encontraban en el pórtico de su casa, dando así un toque acogedor a la entrada, por la que habían transitado tantos amigos.
No recordaba muy bien su número telefónico y un temblor se apoderó de sí…
Miraba el abanico colgado en la pared del living, de fondo pintado en dorado con flores en tonos pasteles que había traído de su viaje a Nueva York. Pensó en sacarlo…en él se traslucían muchos recuerdos.
Decidió pintar su casa y cambiar el blanco frío de sus paredes por otros colores más cálidos, sin embargo se dió cuenta que la tristeza no estaba fuera sino dentro…sintió desconsuelo y recordó todos los momentos difíciles que había pasado y cómo los había enfrentado…se sintió valiosa.
Pensó en lo que le diría…
Miró su biblioteca que albergaba tantos libros, tomó uno de ellos y se quedó con una poesía de Neruda: “Es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Pensó en analizar lo que había aprendido en su vida y lo que aún podría cambiar. Se concentró en su infancia y recordó su pequeña casita de muñecas en la que fue tan feliz…tanto le se la había pedido a su papá, que él trabajó con mucho esfuerzo para poder regalársela. De pequeña, se mudaron a una casona con un jardín inmenso y allí se zambulló en la fantasía de sus juguetes y sus sueños.
Cuanto camino recorrido y aún así, tanto sin descubrir.
Recordó su frialdad y la ligereza con que la había tratado…
Fue en ese instante en que vio un álbum de fotos y curiosamente comprobó que sólo había fotografías de sus momentos felices…ni siquiera una última foto de sus padres en su larga enfermedad. Sintió las risas de sus sobrinos que querían "escaparse" de la fotografías y sonrió y se quedó un largo rato en esa imagen que le transmitía vida.
Lo había tenido todo y había perdido mucho pero creía en los designios de Dios.
Sabía que él nunca cambiaría…
Se detuvo en su infancia y en sus primeros años de su juventud y una cálida brisa sintió en su alma. Se abrazó a ella y escuchó la música de su radio que estuvo toda la tarde encendida, sin embargo sólo un tema le llamó la atención: “Smile.”
Pensó en el abandono, en la indiferencia, en la desesperación que habitaba en su mundo. Ella siempre había sido una mujer con ilusiones y sueños y no pensaba renunciar a ellos en lo que le quedaba de vida.
Ya no le llamaba la atención lo injusto que había sido todo… lo equivocada que estuvo al elegirlo y creyó que se lo diría ese día...
Vio cómo se reflejaba en un espejo la tristeza de su mirada. Ella que siempre transmitía paz y brillo; esta vez estaba opacada y un halo de resignación y angustia se había impregnado en su rostro.
De repente, se dio cuenta que la felicidad estaba en lo más simple de la vida y que podría llegar a vivir hasta el infinito, que en la eternidad estarían los recuerdos de lo que vivió, de lo que tal vez creyó vivir y sentir y de lo que verdaderamente sintió y tuvo una sensación nueva y extraña que le dio paz.
Por fin, escuchó su voz…
Entendió que sería feliz con ella misma, con sus recuerdos, con sus fantasías y también con sus logros y sus fracasos. Sintió alegría y se dio cuenta cuánto tenía…se tenía a ella misma.
Lloró y sintió más calma
Prefirió callar...y cortó.
Ese día, estaba en su casa revisando los capítulos de su vida...
La suya era una vivienda sin lujos, tal vez un poco desteñida por el paso del tiempo pero tenía la luz suficiente que necesitaba para vivir.
Un limonero y un durazno se encontraban en el pórtico de su casa, dando así un toque acogedor a la entrada, por la que habían transitado tantos amigos.
No recordaba muy bien su número telefónico y un temblor se apoderó de sí…
Miraba el abanico colgado en la pared del living, de fondo pintado en dorado con flores en tonos pasteles que había traído de su viaje a Nueva York. Pensó en sacarlo…en él se traslucían muchos recuerdos.
Decidió pintar su casa y cambiar el blanco frío de sus paredes por otros colores más cálidos, sin embargo se dió cuenta que la tristeza no estaba fuera sino dentro…sintió desconsuelo y recordó todos los momentos difíciles que había pasado y cómo los había enfrentado…se sintió valiosa.
Pensó en lo que le diría…
Miró su biblioteca que albergaba tantos libros, tomó uno de ellos y se quedó con una poesía de Neruda: “Es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Pensó en analizar lo que había aprendido en su vida y lo que aún podría cambiar. Se concentró en su infancia y recordó su pequeña casita de muñecas en la que fue tan feliz…tanto le se la había pedido a su papá, que él trabajó con mucho esfuerzo para poder regalársela. De pequeña, se mudaron a una casona con un jardín inmenso y allí se zambulló en la fantasía de sus juguetes y sus sueños.
Cuanto camino recorrido y aún así, tanto sin descubrir.
Recordó su frialdad y la ligereza con que la había tratado…
Fue en ese instante en que vio un álbum de fotos y curiosamente comprobó que sólo había fotografías de sus momentos felices…ni siquiera una última foto de sus padres en su larga enfermedad. Sintió las risas de sus sobrinos que querían "escaparse" de la fotografías y sonrió y se quedó un largo rato en esa imagen que le transmitía vida.
Lo había tenido todo y había perdido mucho pero creía en los designios de Dios.
Sabía que él nunca cambiaría…
Se detuvo en su infancia y en sus primeros años de su juventud y una cálida brisa sintió en su alma. Se abrazó a ella y escuchó la música de su radio que estuvo toda la tarde encendida, sin embargo sólo un tema le llamó la atención: “Smile.”
Pensó en el abandono, en la indiferencia, en la desesperación que habitaba en su mundo. Ella siempre había sido una mujer con ilusiones y sueños y no pensaba renunciar a ellos en lo que le quedaba de vida.
Ya no le llamaba la atención lo injusto que había sido todo… lo equivocada que estuvo al elegirlo y creyó que se lo diría ese día...
Vio cómo se reflejaba en un espejo la tristeza de su mirada. Ella que siempre transmitía paz y brillo; esta vez estaba opacada y un halo de resignación y angustia se había impregnado en su rostro.
De repente, se dio cuenta que la felicidad estaba en lo más simple de la vida y que podría llegar a vivir hasta el infinito, que en la eternidad estarían los recuerdos de lo que vivió, de lo que tal vez creyó vivir y sentir y de lo que verdaderamente sintió y tuvo una sensación nueva y extraña que le dio paz.
Por fin, escuchó su voz…
Entendió que sería feliz con ella misma, con sus recuerdos, con sus fantasías y también con sus logros y sus fracasos. Sintió alegría y se dio cuenta cuánto tenía…se tenía a ella misma.
Lloró y sintió más calma
Prefirió callar...y cortó.
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