jueves, 16 de febrero de 2012

El Viaje




En  la inmensidad de la noche, de un cielo azul apagado, se ven dibujados los círculos del humo del cigarrillo de Max. Hacia un tiempo largo ya, que la tristeza y la soledad lo habian aislado del mundanal ruido. Con sus sesenta y cinco años, desgastados por una vida tenebrosa, lleva a cuestas sentimientos confusos y sin respuestas que apaciguen sus preguntas. Ya no hay planteos ni cuestionamientos, sólo rencor  y nunca la resignación,
Su cabaña, en la ladera de la montaña, refleja su personalidad, la oscuridad en la  que  vive. Paredes de color neutro, vigas de madera entre piedras uniformes y frías…nunca el calor de un hogar…sólo abandono en este hombre descuidado y  hasta por momentos, agrio.
En el valle, Pietro se puede visualizar durante el día, un pueblo olvidado en el tiempo: 200 habitantes y una pequeña capilla  cuya ceremonia dominical representa  el único atractivo y lugar de encuentro de los lugareños.
“Desde que llegó ese hombre todo se inundó de misterio y sombra” piensa Luisa, una mujer de pelo castaño, piel gruesa y  mirada honda y penetrante.
Como si adivinara  su pensamiento, su marido, Oscar,  comenta que la noche anterior se había encontrado con Max en la calle y ante el intento de cruzar unas palabras, su  respuesta fue; una mirada fría y ausente.
Ese día, Max sólo había bajado de la montaña a comprar vino y emparedados de olor fuerte y repugnante.
Las calles de Pietro, por la noche se iluminan con una luz tenue. Durante el día, en la aridez de las montañas, se ven troncos de antiguos árboles…sin hojas y sin flores.
Se percibe  un eterno silencio que provoca  hartazgo en un clima de quietud y parsimonia.  
Los habitantes parecieran haber olvidado sus vidas y, sus costumbres monótonas, envuelven  al  lugar en una atmósfera con ahogados recuerdos de una vida en que alguna vez, muy lejana en el tiempo, alguien tal vez fue feliz.
 Cierto día, cuando Max se dirigía a la vieja estación del tren que alguna vez trasladó gente y mercaderías,  alcanza a ver una silueta de mujer, entre los escombros…la silueta de Luisa,  que al saludarlo  sin proponérselo, genera interés en este hombre tan viril como sombrío. Pero, sólo recibe una respuesta a su saludo, una obligada respuesta que inesperadamente Max le dio.
Luisa, hija de labradores de una antigua época próspera de Pietro, se destaca por ser una mujer  con una visión  elevada  y analítica de vida, su sufrida vida. Su carácter vivaz  la convierte en alguien que inspira respeto y agrado en  sus vecinos. Trabaja incesantemente para cubrir los gastos de su hogar…desde  hace casi veinte años se dedicó a tejer y a coser  y sus prendas son requeridas por todos obteniendo así su sustento personal.
Cuando Max llegó a su recinto, sin darse cuenta pensó en ella. Le recordaba a alguien pero no lograba saber a quién. No se preocupó por averiguarlo y empezó a comer y a tomar sin deseo alguno.
Pero inevitablemente los recuerdos aparecieron: otra vez la muerte y el desasosiego invadieron su espíritu…nunca iba a comprender por qué su esposa  Lorena, se había quitado la vida aquella noche.  Se  habían amado tanto  pero  ella decidió dejarlo.  

Se dio cuenta que ya no recordaba su voz…sólo el brillo de su mirada …ese brillo que iluminaba sus días y sus noches cuando la pasión los unía. Hacía tiempo que no la recordaba, no quería, se amargaba por no tenerla. No entendía y ya no se preguntaba por qué . Tomó más vino y ni siquiera se dio cuenta cuándo llegó la madrugada.
Mientras Max estaba sobrio, su única  distracción era la escritura…estaba escribiendo un libro que se titulaba “El viaje”…en él relataba un viaje sin retorno,  accidentado y tormentoso…el viaje de su vida.


No tuvo hijos y  la mayoría de su familia había desparecido trágicamente. Casi no había tenido amigos, sólo Juan de quien no se despidió al dejar su ciudad natal.
Cuando se despertó, sin saber por qué, recordó a Luisa. Nada ni nadie despertaba curiosidad en Max…no obstante Luisa se había instalado en sus pensamientos. Trató de alejarla de su atención… no pudo.
Sólo se habían  saludado y sin embargo se dio cuenta que hacía ya un año que había llegado a Pietro y nadie había escuchado su voz.  Pero a Luisa sí la saludó. Vio algo familiar en ella, pero no se daba cuenta qué. No le recordaba a nadie ya que su rostro era diferente al de cualquier otra mujer…sin embargo  había algo “familiar” en ella  y no lograba saber qué.
Se levantó  a tomar un café, no tenía noción del tiempo ni de la hora y no le preocupaba mucho.

Así eran sus días, monótonos y grises, la hora pasaba y con ella se iba su vida, pero sí tenía interés en terminar su libro, el que había comenzado sin saber por qué. Un libro en el que volcaba sus pensamientos, sus sentimientos y sobre todo la agonía por la ausencia de Lorena.
Ese libro conocía todos sus secretos.  Con él se comunicaba a través de las letras. Un viaje que no sabía cómo ni donde había comenzado, y seguía sin rumbo, sin destino, no sabía a qué lugar lo trasladaría,  si es que alguna vez llegaba a alguna parte.

Pensó en su oficio de escritor, por el que  conoció así a su esposa y recordó esa tarde, en aquella  exposición en que ella se acercó  tímidamente a pedirle una firma suya, que rubricara  la primer hoja de  su último libro, el que unió sus vidas hasta que sucedió lo terrible.

Los días fueron pasando, y Max no se daba cuenta, que en él, algo estaba cambiando. Se miró en el espejo de su cuarto y la imagen que recibió no le gustó. Afeitó su barba  que llevaba hace  un par de meses y notó una cierta expresión en su mirada acongojada, nueva, desconocida y un solo pensamiento: Luisa.


Con sus pasos largos y pesados, buscó su ropa para cambiarse. En una silla habia colgado un pantalón y una camisa de frisa que había usado el día anterior.
Hacía mucho frío en Pietro pero el  nunca usaba abrigo…ni el frío lograba modificar en algo su existencia. Era la primera vez que advertía desprolijidad  en su vestimenta, pero  sólo se molestó un poco.

Sin pensarlo casi, bajo al pueblo. Era domingo: el único día festivo en que la misa convocaba al encuentro. Entró en la Capilla y todos se dieron vuelta para verlo.
Se dio cuenta a quién buscaba sólo cuando la vio. Luisa se asombró al verlo y un poco perturbada lo saludó  provocando en él,  una sonrisa amplia y luminosa que dieron vida a su mirada.  En ese preciso momento, Max dio cuenta qué había de particular en ella: sus ojos brillaban tanto como los de Lorena. Ese brillo que tanto recordaba  y añoraba y por fin volvía a encontrar en esta mujer.
Sintió alivio a su pena, y respiró hondamente.
Pero algo lo descolocó: Oscar el marido de Luisa la tomó de la cintura, como si volviera a adivinar los pensamientos de su mujer.

Instintivamente, Max abandonó el pueblo y se encerró en su cabaña, esta vez durante varias semanas. Nadie supo por qué había vuelto a desparecer. Sólo Luisa lo intuía y tal vez Oscar…
Escribió como nunca antes, buscando desahogo y  nuevas respuestas. El viaje continuaba.
En esta nueva etapa de su viaje había una obsesion: su brillo.

Una tarde en que Max estaba escribiendo, golpearon su puerta. Molesto, dejó su escritura para averiguar quien era. Cuando abrió la puerta, no podia creer lo que veía: era ella y su intenso brillo.
Luisa fue con el pretexto de convidarlo con una torta que ella misma le habia preparado.
Max nunca había sido un hombre con vueltas,  la abrazó y la besó con ternura y pasión.
Luisa también,  pero sabía que debía irse. Se apartó de él, y mirándolo profundamente  como si no quisiera moverse de alli,  se fue.
No volvieron a verse.

Max decidió continuar su viaje y  un tormentoso día de lluvia  bajó al pueblo  y la vió.
La subió en su ranchera como si quisiera acapararle toda su vida en ese instante y la llevó a su cabaña y se amaron hasta el anochecer. Quiso convencerla de escaparse juntos, le juró que siempre la amaría pero Luisa lloraba y con su llanto quería ocultar lo que sentía...más tarde, decidió irse pero antes le dio a Max, el crucifijo de oro que su padre le había regalado, como sello de ese inolvidable momento. 

Pasaron varias semanas y el viaje estaba por terminar. Max se dio cuenta que no podía cambiar sus vidas…ni la de él ni la de ella. Terminó su libro y pensó en marcharse del pueblo…otra vez el abandono de una mujer pero esta vez había un por qué.

Escribió las últimas páginas y ya había decidido su próximo destino: una aldea muy  lejana en la costa sur del mar. Escribió el nombre de la aldea, donde terminaría su viaje o tal vez emprendiera uno nuevo.
Subió a su ranchera  con su equipaje y fue a buscarla al pueblo y la encontró.
Otra vez su brillo, ese brillo que no podia apartar de su pensamiento.


Decidió esta vez hacerle él un obsequio, y le regaló su libro “EL Viaje”…Ahora sería Luisa quien escribiría el final…

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Salvatore Donadío