miércoles, 1 de febrero de 2012

Leyenda sobre La Torre de la Boca, Buenos Aires







       La leyenda es una narración corta de un suceso, en la que se trasluce la psicología y simbología de la experiencia popular.  La leyenda de los hombres representa arquetipos como el anciano sabio, el héroe que conocemos a través de las leyendas heroicas griegas y en las artúricas.  Incluye contenidos ficticios, y se van transmitiendo de generación en generación resultando finalmente creíbles para los miembros de una comunidad.
Es así que el barrio de la Boca  guarda una vieja leyenda que data de principios del siglo XX.
Las grandes ciudades del mundo tienen leyendas y fantasmas. Ciudades con  historia, tradiciones y costumbres como  Buenos Aires no está exenta.
 La Boca se encuentra en el sur de Buenos Aires. Es un barrio de inmigrantes y fútbol,  con pintorescos faroles,  escenario de tango y de baile que deleitan a turistas extranjeros, porteños y a los mismos lugareños que la transitan.
Existe así, una casa con una torre cuya historia es muy misteriosa y que capta la atención porque tiene la apariencia de un  pequeño castillito, del cual sobresale una torre.
La torre es objeto de una leyenda alimentada  y transmitida durante muchos años, de boca en boca, por los vecinos del lugar.
A mediados de la década de 1910, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, residía una poderosa estanciera llamada María Luisa Auvert Aurnaud que vivía en un pequeño palacete de la ciudad.
Sus padres y abuelos provenían de una localidad de Catalunya, España, en los Pirineos de Francia.
Encargó a un  arquitecto la construcción de un edificio  en La Boca, que tuviera un estilo de Catalunya, trayendo muebles,  objetos y adornos, así como plantas exóticas,  setas y hongos con efectos alucinógenos. Se instaló en su nueva propiedad encantada de vivir allí y  se trasladó con sus sirvientes.
Sin embargo, año después, abandonaron el lugar. Vecinos afirmaban escuchar gritos de la mujer o de uno de los sirvientes y finalmente se supo que la señora gritó y dijo que se iría y no volvería más. Así se fue a vivir a su campo de Rauch, dejando en venta el edificio, el que fue dividido y se  hizo una vivienda colectiva de renta. La casa de la torre tuvo así nuevos inquilinos en su mayoría inmigrantes o artistas.
Clementina, una pintora de estilo clásico, mujer de extrema belleza, alegre y muy bien recibida por el barrio armó su atelier en el piso superior de su departamento,  en la torre sobresaliente de la casa.
 Además de pintar, estudiaba Historia del arte. Con frecuencia armaba encuentros de artistas en su casa.  Una periodista de nombre Eleonora quiso hacerle un reportaje;  con el objeto de conocer su trabajo, ya que varios de los cuadros de Clementina fueron exhibidos en eventos y reconocidas galerías de la ciudad.
Así en el atelier, la periodista tomó fotografías de las pinturas, para su nota. En los días posteriores a este hecho, se desencadenaron  una serie de hechos extraños y misteriosos. Una noche, los vecinos escucharon gritos que provenían de la torre. Clementina se había arrojado al vació provocando su muerte.
 Todos impactados por su muerte trágica,  ya que no entendían semejante decisión: Clementina era una mujer alegre y con entusiasmo por su futuro, de hecho, el último cuadro que estaba por terminar iba a ser el más codiciado de su próxima exposición, la gran obra de su vida.
Eleonora recibe las fotografías sobre las pinturas de Clementina y sorpresivamente, en una de ellas, en la del cuadro que estaba por terminar observa tres duendes que no estaban  al momento de ser fotografiado. Fue así que la periodista decidió investigar la muerte.
Luego de averiguaciones sobre el paradero de Auvert; quien se había ido misteriosamente, y encontrándose la misma en Rauch, concertó una cita.
 Al llegar, la periodista se presentó en el casco de la estancia que era una casa señorial,  estilo Tudor. En el jardín, estaba sentada la dueña esperando a la invitada.
 Auvert  le narra así, una antiquísima leyenda de Catalunya que dice que en los bosques de los Pirineos viven los follets, pequeños duendes que duermen en los hongos de las setas, científicamente asociados a sus efectos alucinógenos. Estos hongos pueden ser venenosos, pero hay otros que existen en la realidad, los follets se caracterizan por ser muy colaboradores o traviesos sin límites, en el caso que se los altere. Ellos ayudaban a los sirvientes hasta que uno de ellos se quiso propasar con la sivienta y se lo impidieron violentamente. Al enojarse el duende, en la casa comenzó el más temible infierno. Se había convertido en un caos, desorden, muebles que se caían, cuchillos que volaban contra las paredes. Todo  esto puso en extremo peligro a sus habitantes.
Así, decidió abandonar el edificio del barrio de La Boca e instalarse en su  campo de Rauch.
Eleonora, no creyendo en absoluto la leyenda, abandona la investigación y tal como prometió a Auvert, no cuenta la historia, para que no creyeran que la señora no estaba en sus cabales.
 Hay muchas versiones de los vecinos, sobre la historia de Clementina y los duendes que supuestamente le ocasionaron su muerte. Lo cierto es que los habitantes del edificio dicen aún escuchar durante la  noche, los pasos de una persona en la torre; y que desaparecen cosas que nunca más se encuentran o aparecen en otro lugar.
El cuadro que  Clementina no había terminado, es uno de los objetos desaparecidos y, cuenta la leyenda, que en la  torre se escuchan pasos que pertenecen a su fantasma. La única manera de terminar con el maleficio sería  encontrar su  cuadro y darle una pintada más  que concluya con la agonía del fantasma.
Creo que en nuestro paso por la vida, también vamos generando nuestras propias leyendas en la lucha con nuestros propios fantasmas. Nuestra leyendas, con elementos ficticios, y también con un viso de realidad, aparecen cuando creamos un mundo que inventamos, para escapar de la realidad. Así sucede con estos episodios que los habitantes de una comunidad relatan, a partir de sucesos que como disparadores van tejiendo la trama de un diseño, difícil de dilucidar la causa por la que empezó y tal vez con un final abierto a tantas posibilidades como tiempo pase del episodio en cuestión. Consideramos que nuestros sociólogos e historiadores tan prestigiosos como conocedores del tema, podrían explicarnos estos fenómenos de nuestras ciudades.


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Salvatore Donadío